17 de diciembre de 2020

El duro camino para llegar a la Champions de las Matemáticas.

El duro camino para llegar a la Champions de las Matemáticas.

Esther Cabezas-Rivas, doctora en Matemáticas y profesora de EDEM.

Esther combinó trabajo duro, tesón y audacia para irrumpir en la élite mundial de las Matemáticas. Tras 15 años de investigación 24×7 y con una prestigiosa posición, reorientó sus prioridades de vida.

Del barrio de la Malva-rosa a codearse con la élite de las Matemáticas

De padre gallego y madre del barrio del Cabanyal de València, Esther se crió muy cerca, en la Malva-rosa. Allí estudió, en un colegio público del barrio (Ballester Fandos). «Da igual el centro donde estés; cuando uno trabaja, sale adelante», afirma con rotundidad. 

Y esa fue su fórmula del éxito. Con tesón y trabajo duro, aplicando la cultura del esfuerzo, Esther fue obteniendo prestigio hasta que se codeó con la élite mundial de las matemáticas

Su carrera fue avanzando por distintos países y finalmente acabó asentada en una plaza fija como profesora titular de una reconocida universidad alemana. 

Un recorrido exigente y agotador entre investigaciones y congresos que le llevó a dar un golpe sobre la mesa y decir basta. Huía de envidias y luchas de egos entre colegas y volvía así a su añorada València para formar a las futuras generaciones en las aulas de EDEM. Preguntada por sus aficiones, Esther contesta: 

«He dedicado durante 15 años todo mi tiempo a las Matemáticas. Todo menos dormir. Llegó un momento que pensé que currar estaba bien, pero que también había que vivir». 

Lo explica con una sonrisa, consciente de la calidad de vida que ha ganado en su nueva etapa.  

«Madame Curie se pasaba horas depurando el mineral para sacar un miligramo de radio. Yo era eso investigando. Una hormiguita de currárselo mucho»

Perdona por mi sesgo al ser de letras, pero ¿por qué eliges las Matemáticas?

En el colegio sacaba dieces en todo. Y las Matemáticas nunca me habían costado ningún esfuerzo. De pequeñita encontré un libro de dibujos sobre Madame Curie. Quería ser como ella. Pero en aquella época Matemáticas solo servía para dar clase; y yo era muy tímida. 

A mí me costó mucho cogerme a la carrera; llegué con crisis de vocación. Pero empecé a remontar, la acabé con buenas notas y pude pedir beca al Estado para poder hacer el doctorado en la propia Universitat de València (UV). Cuando empecé a preparar la tesis se dio la suerte de que el Instituto Clay lanzó el año 2000 los “retos del milenio”: una lista de siete problemas abiertos a los que no se había encontrado solución

Y uno de esos problemas fue el que marcó tu trayectoria profesional.

Sí, en 2006, Gregori Perelmán, un ruso ermitaño que llevaba ocho años desaparecido, había demostrado uno de estos problemas. Lo hizo en 50 páginas y nadie lo entendía. Todo el mundo estaba intentando averiguar si eso era una demostración correcta o no (finalmente se demostró y Perelmán recibió la medalla Fields, el Nobel de las Matemáticas).

Otro ruso impartió un seminario en la UV sobre este reto; y yo pasé a ordenador los apuntes. Estuve horas buscando en libros, y no había material. Eso fue una buena escuela. Justo en ese momento, el Instituto Clay lanzó un curso de verano para estudiantes en el Mathematical Sciences Research Institute en Berkeley (San Francisco). Le dije a mi director de tesis: «Yo me voy ahí».

De repente te plantaste en la Primera División matemática.

Los compañeros del curso en vez de decirte «vengo de Grecia», contestaban «vengo de Stanford y mi director de tesis es Fulanito», un pez gordo que no veas. El curso era impresionante, un mes intensivo. Es como si te gusta el rock y los Beatles y los Rolling te están dando un concierto solo para ti. Todos esos matemáticos de los que yo había leído tantos artículos explicándote en persona cómo entendían ellos la demostración del ruso. 

Gracias a eso, mi tesis se enfocó ahí. En Berkeley conocí a toda la gente de mi edad que investiga en ese campo, allí empezamos todos. Ahí es cuando dije: «Me tengo que buscar la vida». En España estaba aislada. Yo hablé con todo el mundo: compañeros, profesores, etc.

Tras esa estancia en Berkeley, era la experta nacional en esa área. Nadie sabía más en España. Me llamaron de la Universidad de Granada, la principal en Geometría del país, para impartir un curso. ¡Una pipiola dando clase a los catedráticos! Era muy marciano.

“Tras mi estancia en Berkeley, era la experta nacional en esa área. Una pipiola que no había acabado la tesis dando clase a catedráticos de la Universidad de Granada”

«Rechacé una plaza en una Universidad de Berlín porque provenía de una subvención de igualdad de género. Matemáticas es un mundo de hombres. No quería que me señalaran diciendo: Ha conseguido esa plaza porque era para mujeres»

Y apareció la oportunidad de la Universidad de Warwick.

A través de terceras personas, un profesor de Matemáticas utilizó unos apuntes míos para escribir un libro, en el cual finalmente le ayudé con sugerencias. Quedó impresionado y le habló de mí a un matemático de Warwick (Reino Unido) que buscaba estudiantes potsdoctorales. Contactó conmigo, pero no había acabado la tesis. Fui a una entrevista personal y fue lo peor que he pasado en mi vida. Estuvieron dos horas preguntándome.

Mi director de tesis en València me dijo que no tenía posibilidades, que cualquier doctor me iba a pasar por delante. Volví totalmente destrozada, porque había cosas que no pude explicarles, pero luego supe que querían ver cómo argumentaba. Al día siguiente me ofrecieron el trabajo. Me quedé muerta, tan solo les pedí que me dejaran acabar la tesis.

En este mundo al principio no te conoce nadie. A través de mi tesis, que resolvía un problema que llevaba 20 años sin resolver, y como mis charlas se iban un poco de lo ortodoxo, fui cogiendo fama. Y en círculos especializados en Matemáticas, en cuanto entras en la rueda, como somos cuatro gatos, ya nos conocemos todos.

Warwick tenía un grupo muy potente a nivel europeo. Estuve 2 años allí. Lo bueno que tiene Inglaterra es que te dejan dar clases como si fueras catedrático. Y en inglés. Eso fue la mili en plan docencia, porque era yo me lo guiso, yo me lo como. Me tenía que preparar todo.

Pero pronto das el salto a Alemania.

Exacto, me fui a Alemania, otro país top. Yo me voy de todos los sitios sin acabar el contrato. Me quería contratar la Universidad Libre de Berlín como profesor junior. Pero la plaza era de una subvención estatal de igualdad de género. Matemáticas es un mundo de hombres y yo no quería que me señalaran diciendo: «Ha conseguido esa plaza porque era para mujeres».  

En ese momento, impartí una charla en la Universidad de Münster y fue un desastre: no funcionó el proyector, la luz del sol hizo que no se viera la proyección, se me rompió la tiza… Y solté en voz alta: “Everything is broken here”. Pensé: «Aquí no vuelvo en mi vida». 

Pese al papelón de la charla, mi jefe en Warwick me dijo que escribiera a Münster. Lo hice y al parecer les hice gracia, porque me ofrecieron un contrato de dos añosBerlín quiso entonces contratarme, pero Münster me ofreció una categoría superior y me quedé con ellos.

Tu carácter inquieto hace que te muevas de nuevo y cambies de universidad.

Yo estaba muy bien en Münster, pero de repente en Frankfurt sacan una plaza fija de profesor titular de universidad. Era de mi área, que es muy nueva: un cruce entre el análisis matemático, la geometría y las ecuaciones que nació en los años 80. Por ello no hay cátedras antiguas de esa área. Me dijeron que lo intentara, que me iban a decir que no, pero que así conocería cómo es un proceso de selección en Alemania.

Tenías que dar una charla de investigación, en alemán; una charla docente, en alemán; y una entrevista, que pude hacer en inglés. Si no sabes alemán, no puedes ni presentarte. Me aprendí las charlas de memoria. Y saqué la plaza.

Esther Cabezas - Edimburgo
Esther Cabezas - Zaragoza

En la cima de tu carrera, con una plaza fija en la Universidad de Frankfurt, decidiste dar un cambio radical a tu vida. ¿Por qué?

Llegas a una situación donde te encuentras el famoso techo de cristal. Iba a entrevistas para ser catedrático. Pero si no eres alemán, siendo mujer… Había una plaza a la que podía aspirar pero, bajo mano, me dijeron que el puesto ya estaba preadjudicado. Pensaban que siendo española seguramente acabaría yéndome. Siempre había un alemán por delante.

Además, tenía mi familia aquí; mi marido estuvo en València todo el tiempo. En 2008 leí la tesis, a los tres días me casé, me fui de luna de miel y salí del país. Hemos vivido 10 años separados. Hacía malabares, porque en periodos vacacionales es cuando te invitan a congresos. Yo vivía en un aeropuerto. Llevo dos años sin coger un avión porque para mí es trabajo; me da urticaria.

Hay una última razón. Llega un momento donde en la investigación y los congresos me vi envuelta en luchas de egos. Existían lobbies. Gente con la que habías sido uña y carne, de un día para otro, te retiraba la palabra por un artículo. Y pensabas, ¿qué le he hecho?

Nunca hubiera imaginado que pudieran existir esas peleas de patio de colegio entre colegas de una profesión tan racional.

Estas luchas se resumían en hacerlo mejor que el de al lado. Tener una publicación más o mejor. A mí me han robado ideas, me han robado artículos… A un determinado nivel, vuelan los cuchillosDesaparecí del mapa, como si se me hubiera tragado la tierra. A mi director de tesis se lo han dicho colegas: «Nadie sabe dónde está Esther».

Me daba ya igual estar en el top de mi fama y ser invitada a todos los congresos. Lo cómodo hubiera sido seguir y jubilarme allí. Cuando volvía a casa estaba sola, charlaba con mi gente a través de Skype. Profesionalmente estaba donde quería, pero, ¿eso me llenaba?

«Llega una situación donde encuentras el techo de cristal. Siendo mujer española, nunca lograba sacar una plaza de catedrático. Siempre había un alemán por delante»

Esther Cabezas - entrevista vertical

Lo dejaste todo y volviste a València.

Cuando decidí dejar la plaza acababa de publicar mi mejor artículo. En el ranking mundial de publicaciones en mi campo, se publicó en la tercera mejor revista. Además, había ganado un proyecto del Gobierno alemán. Es en el momento en que digo: «Aquí me bajo del tren».

Yo no me quería volver sin nada. Pero vi que, por desgracia, por mucho que hablen de fuga de cerebros y recuperación del talento, en España hay una burocracia que hace que, si hubiera querido volver a la UV, por ejemplo, hubiera tenido que empezar desde abajo. Da igual tu currículum, que seas profesora titular en Alemania. No quise volver a la casilla de salida.

Cuando retorné a España me incorporé a la UNIR, pero no me atraía a dar clase online estando encerrada en casa. Echaba de menos el contacto con los alumnos. Y tuve la suerte de poder entrar en EDEM tras la duplicación de plazas en el Grado ADE.

¿Hay grandes diferencias entre la universidad alemana y la española?

En España los alumnos hablan mucho, algo a lo que no estaba acostumbrada. En Alemania los alumnos se dirigían a mí como «señora profesora doctora Cabezas-Rivas». Entrabas en el aula y se callaban todos; me daba mucha vergüenza.

Aquí hay que trabajar un poco con la disciplina en el aula. Me chocó el cambio pero ahora estoy súper contenta.

«Mis prioridades habían cambiado. Y lo hice en plan radical: con mi mejor artículo recién publicado, había ganado un proyecto del Gobierno alemán… lo dejé todo. Lo cómodo hubiera sido seguir con mi plaza fija y jubilarme allí».

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